Días 49-52: Railay y entregas

Llegar a Railay ha sido accidentada. Empezamos con un chaval de 15 años (o menos) que, en el medio de nuestro desconcierto e incredulidad, nos subió a su estrafalario sidecar y nos llevó de la playa al muelle (Se suponía que nosotros habíamos contratado un coche para llevarnos al puerto desde el hotel). Cada bache parecía un cañón, esos cosos tienen tres ruedas y la plataforma no está NUNCA en equilibrio horizontal.

Del muelle tenía que recogernos un”speed boat” en teoría a las 12.00. Cuando llegamos ya había unas 10 personas. Al cabo de una hora aún no había ni sombra de alguien que pudiese parecerse a un tour operator. Los turistas ya éramos una treintena. Sobre las 13 y algo aparece un señor regordete, sonriente, con la camiseta pringada, que empieza a contarnos modo ovejas repitiendo en voz alta, más para él mismo que para nosotros, los destinos de cada cual. Llama a alguien, grita nombres y números. Creemos que en ese mismo instante había hecho un cómputo de los que éramos y dónde tuviéramos que ir y que estuviera buscando los barcos para llevarnos. En toda la hora siguiente a cualquiera que le preguntara por su barco, el señor respondía siempre “media hora”.  Después de hora y media llegan modo flotilla tres barcos, ya en overbooking, y se empieza a montar la de Dios. Parecía el mercado el pescado. El tío contándonos, el otro del barco gritando destinos, maletas que viajaban de un barco a otro y desaparecían en compartimientos semiocultos. Nos subimos al final a uno de ellos rezando al menos que las mochilas siguieran con nosotros, mucho esperar era llegar directos a nuestro destino. El conductor viajó a todo gas, tardando 20 minutos en hacer un viaje de 40. Llegamos vivos, con las mochilas y en el sitio adecuado.

La playa de Railay parece hecha de harina por lo fina que es! El hotel por fin tenía nivelasso y las cucarachas parecían un recuerdo lejano. La lengua de tierra entre las dos bahías está repleta de hoteles que dejan unos caminitos estrechos para conectar el lado este al oeste. Hay una única calle dedicada a la restauración y en los árboles de nuestro hotel (justo frente a nuestra habitación!) había familias enteras de monos que se subían a los balcones y hacían un escándalo del demonio.

Lo demás va a ser breve, porque hemos hecho poquito, mucho trabajo, algún que otro atardecer y copiosos desayunos. Ha habido incluso un día de 24 horas de trabajo para Anto, que se distraía sólo para comer lo que le traía, diciendo SIEMPRE que no sabía si hubiera tenido tiempo para comérselo y que incluso no hacía falta traerle nada…claaaaro.

De los momentazos hay que destacar un paseo a la playa de Tonsay a través de un bosquecito precioso y lleno de monos. Por qué destacará esta playa? Por los/las  buennorros/as que hacían escalada en las paredes verticales de los acantilados! Había incluso niños que se subían al menos a 20 metros de altura.

Otra maravilla ha sido el paseo en kayak, mejor incluso que la arena/harina de la playa y los mazaos! Aquellos acantilados brutales están llenos de estalactitas que te gotean encima y luego…SBAM una pared vertical con los depósitos de hierro que la pintan cómo una acuarela. Todos los alrededoses están hechos de islas, islotes, islitas rodeadas de corales.

La noche después de la entrega fiumos a tomar algo, y por algo entiendo cerveza, aunque el dueño del bar nos ofreció por 250 bahts (unos 8 euros) un canuto de veinte centímetros de largo. El tufazo a marihuana se sentía desde fuera en realidad. El bar se llama “Jamaica”, así que todo tenía sentido. En medio de este escenario dantesco un niñito rubio de unos 4 años jugaba con su camioncito amarillo. Mamás NO hemos participado a este abominio, en Tailandia vas al calabozo por mucho menos.

Y ya se acabó la etapa Thai, a los pocos días de distancia la nochevieja parece ya lejana, sobretodo si escribo desde un hostel en Australia que parece salido de Twin Peaks o alguna serie de segunda emitida por la tarde en la cuatro 🙂

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